La 30
10 de mayo, 2014...
Nos encontrábamos en una sequía de 4 años sin ser campeones. Durante ese tiempo, nuestro archirrival para la noche de final, nos había igualado en títulos. Llegaban los dos equipos más ganadores de Costa Rica a un partido que definía la grandeza en la región. La serie se definía en la vuelta. Porque el partido de ida se mantuvo en ceros. Lo que nosotros no sabíamos, es que esa noche era la que nos iba a dejar relatar la historia del ganador. Del legendario equipo del siglo XX, aquel que se iba a convertir en el de mayor palmarés en todo Centroamérica.
El partido estaba pactado para iniciar a las 8 de la noche. Como buenos aficionados fieles que somos, mi papá y yo llegamos al estadio antes de las 6 de la tarde. La lluvia no cesaba en San Juan de Tibás. Nos encontramos a uno de mis amigos fuera del estadio también. Hablamos un rato y luego entramos, para no seguir recibiendo la lluvia. Llegamos a nuestros asientos y el estadio aún no se veía muy lleno. Los periodistas empezaron a llegar y las graderías se iban pintando poco a poco con camisetas moradas y blancas, banderas y bufandas plasmadas de Saprissa. A las 7 de la noche no cabía una sola persona más en el Ricardo Saprissa. Por pura casualidad, frente a nosotros vi pasar un par de aficionados al equipo contrario. Pude escuchar que uno le dijo al otro: "Mae, ¿en qué nos metimos?", al ver y escuchar los más de 20 mil morados ansiosos por ganar un campeonato más. Les di la razón. Porque me parece una locura ir al estadio de tu eterno archirrival, cuando ambos disputan el campeonato que es necesario para superar al otro.
La Cueva, a las 6pm. Sábado 10 de Mayo del 2014.
Todo era felicidad y altas expectativas en el corazón de cada saprissista. En el estadio, en la casa viendo el televisor o escuchando el radio. Un solo sentimiento nos ahondaba. El camino a la 30 empezaba y la Cueva ardía en emoción como nunca antes la había visto yo. Vítores y cantos desde el minuto 1 hasta el 90. Era un partido tenso, de roce. Tanto así, que no había transcurrido la mitad del primer tiempo cuando, por una acción de peligro por parte del bien conocido Jonathan McDonald, se vio diezmado el equipo rival al perder a su delantero estrella en una expulsión. No hubo aficionado saprissista en el estadio que no celebrara dicha acción como si hubiera sido un gol. Fue ahí, en ese preciso instante, donde el contrincante empezó a caer.
Saprissa atacaba, pero sin éxito alguno. El Gladiador nos dio una alegría efímera al anotar un gol que fue anulado. Pero fue entonces, a pocos minutos de finalizar el primer tiempo, cuando por el costado izquierdo vimos correr a Heiner Mora, y ejecutar un centro casi poético y dirigido a la cabeza de Hansell Aráuz, con un jugador en la marca, direcciona el balón hacia los tres palos. Patrick Pemberton logra desviar el disparo, mas no lo suficiente para evitar el gol. Fueron segundos agónicos que terminaron en plenitud y algarabía. Toda una familia celebraba el tanto que nos daría la tan ansiada copa 30. No puedo contar la cantidad de abrazos de morados recibí ese día. El árbitro señaló el final de la primera mitad y todavía quedaban 45 minutos más de tensión.
El segundo tiempo fue una locura. La liga intentó todo para el empate durante la segunda parte del encuentro. Pero, Saprissa aplicó una técnica defensiva que les era bien conocida. Minuto 90. Colindres no podía quedarse sentado en el banquillo. "El Caballo" Saucedo lloraba de emoción por estar a segundos de su primer campeonato con Saprissa. La afición, después de más de 3 horas de estar recibiendo un aguacero, cantaba, celebraba, saltaba y gritaba a una sola voz, por una nueva ocasión en la Cueva: "¡Palo, palo, palo, palo bonito, palo eh! ¡Eh, eh, eh, somos campeones otra vez!"
Si ustedes me preguntaran, ¿qué es plenitud? yo respondería, sin duda alguna, celebrar un campeonato de Saprissa en la Cueva. Es irónico, porque pude escribirles mi versión de cómo se vivió esto desde el estadio. Pero, realmente, mis palabras no son suficientes para igualar la sensación de ganar un título tan importante contra el eterno rival. Como nunca antes se vio, la afición ingresó a la cancha a celebrar con los jugadores: los héroes de aquella noche inolvidable. Y, como dato curioso, yo conozco al responsable de abrir las puertas de la gradería norte y provocar tal desenfreno. Todos terminamos en la gramilla, abrazados, viendo cómo nuestro equipo, liderado por Gabri, levantaba la copa. Ese nivel de alegría solo lo conozco desde la primera vez que celebré un campeonato en el Ricardo Saprissa, nuestra casa. Y hoy, 7 años y 5 títulos después, puedo confirmar que la sensación de ganar un campeonato, no la cambio por nada en el mundo. Esa felicidad, ese amor, es lo que me hace estar segura de cada día estar más enamorada del fútbol.
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