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Donde todo comenzó


En mis 22 años he cambiado mucho las cosas que me gustan. Tendencias de moda, comidas favoritas, libros de poesía, series y películas. Pero siempre ha existido una constante. Un amor que dio origen a muchas amistades, a conocer la verdadera pasión, la emoción, el éxtasis y la euforia máxima. Sin temor a equivocarme, y citando al gran Luis Omar Tapia, puedo declararme una de tantas personas enamoradas del deporte más hermoso del mundo: el fútbol.

Desde muy pequeña tengo recuerdos de estar sentada en el regazo de mi papá viendo todo tipo de deportes y escuchando las grandes hazañas que destacaban en cada uno. El inicio de la carrera de Rafa Nadal, el Tour y el Giro. Pero, lo que más me llamó la atención y lo que hizo que una niña de siete años amara el fútbol, fue ver con él al Saprissa en Japón y al Madrid de los Galácticos. Poco a poco él me hablaba sobre las leyendas mundiales como Dinho, Zizou y los ídolos nacionales como Paté y el Pato. Cada vez me enamoraba más.



Yo voy con mi papá al estadio desde los 8 años. Mi día inicia bien cuando sé que voy a ver a mis equipos jugar. Grito, me exalto, lloro, sufro, celebro, salto y sonrío viendo un partido. El estadio es mi casa y los aficionados son mis hermanos. La camiseta la visto con orgullo, el escudo lo llevo tatuado en el pecho y las canciones del equipo resuenan en mi alma. Ustedes podrán pensar, ¿cómo alguien puede amar tanto el fútbol si es solo un deporte? Yo decidí ir más allá, trascender en el concepto de deporte. Para mí, el fútbol es amor, es pasión, es alegría, es vida. 

Otra persona influyente en mi camino como amante del fútbol es mi tío. Mi compañero de estadio, quien me habló de Italia 90, de los Chaparritos de Oro y del bendito Aztecazo. Él, que me enseñó el amor por la Sele y con quien he llorado abrazada los triunfos de nuestros equipos. A pocas personas he escuchado hablar y conocer sobre fútbol tanto como él. Lo único en lo que diferimos es que él es culé y yo madridista. Pero llegamos a una conclusión: no hablarnos hasta después de los clásicos. No podemos ver el sufrimiento del otro cuando el rival anota.

Nunca lo jugué. Irónico, lo sé. Tal vez por el prejuicio que existía cuando yo era una niña. Pero ahora, después de tantos años de amar el deporte y, con mi perspectiva de mujer, agradezco tanto a aquellas pioneras que no se dejaron intimidar por la opinión de los que decían que el fútbol era solo para hombres. Llegamos siendo espectadoras, desde afuera. Pero ahora somos partícipes y activas en este mundo. Mujeres futboleras, alcemos la voz.





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